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Todo es Providencia: Llegada de las Hermanas de la Providencia a Chile

Ce qui devait être une courte pause après une mission ratée est devenu une fructueuse présence évangélisatrice qui, au fil des ans, a apporté lumière et vie à des milliers de démunis.

El 29 de diciembre de 1832, en Saint-Henri-de-Lauzon (hoy Sant-Henri-de-Lévis), provincia de Quebec, Canadá, nació Venerance Morin. Como suele suceder, es necesario tomar distancia para apreciar el sentido profundo de los acontecimientos del momento y del impacto que estos van adquiriendo; como diría más tarde Venerance, convertida en Madre Bernarda, «las obras de Dios se forman poco a poco» y así, poco a poco, se fue fraguando la historia de 96 años de esta gran mujer, que la hiciera merecedora, cuatro años antes de su muerte, de la Medalla al Mérito, la más alta condecoración del país a un extranjero por la excelencia de los servicios prestados, y que recibiera de parte del entonces presidente de la República. Y la misma historia haría que esta mujer fuera recordada en sus funerales como «Una visita que Dios había hecho a la Iglesia y al Pueblo de Chile.»

El 11 de mayo de 1850, Venerance ingresó al noviciado de las Hermanas de la Providencia y, a finales de ese año, además de recibir el hábito de la Congregación, tomó el nombre de Bernarda. El 22 de agosto de 1852 hizo su profesión religiosa en Sorel, y el 18 de octubre, junto a otras cuatro religiosas, partió rumbo a Oregón, despidiéndose para siempre de su tierra.

La comunidad de religiosas canadiense estaba conformada por madre Victoria Larocque, como superiora, sor Amable Dorion, sor María del Sagrado Corazón Bérard, sor Dionisia Benjamín Worwoth y sor Bernarda Morín, y estaba acompañada por el Pbro. Gedeón Huberdault, como capellán, el Pbro. Francisco Rock y la Srta. Eloísa Trudeau, quien más tarde ingresaría a la Congregación. Al llegar a su destino, se encontraron ante muchas dificultades para su subsistencia y, tras un período de grandes penurias, decidieron abandonar el lugar y regresar a Montreal. Para ello, viajaron a San Francisco, California, y  la única alternativa que tuvieron allí para regresar era hacer el viaje atravesando el Cabo de Hornos, en un pequeño barco chileno llamado «Elena».

Después de una difícil travesía entre tormentas y amenazas del capitán del barco, arribaron al puerto de Valparaíso, el 17 de junio de 1853. Lo que parecía una breve parada tras una fallida misión, se convirtió en una fecunda presencia evangelizadora que, a lo largo de los años, fue irradiando luz y vida a miles de empobrecidos. La entrega generosa de estas misioneras, que llegaron en un momento crucial en el que se necesitaba con urgencia que alguna institución se hiciera cargo de la niñez abandonada que moría a falta de cuidados básicos, permitió que la Obra de la Providencia, que perdura hasta nuestros días, se enraizara en nuestra tierra para llevar, con humildad, simplicidad y caridad, la Buena Nueva a un sinnúmero de niñas y de niños, de personas ancianas y de diversas condiciones, que han encontrado en ella acogida y consuelo y que hoy se expresa en residencias para personas ancianas, colegios, jardines infantiles, como también en el servicio de pastoral parroquial.

Mención especial merece Madre Bernarda, figura fuerte en la que se cimentó la Congregación en Chile, pues a lo largo de su extensa y fecunda vida, se caracterizó por su fidelidad al Carisma y a la Misión de la Congregación, tal como nos lo recuerda uno de sus biógrafos:

«En la historia de la Iglesia de Chile, tiene un significado emblemático como misionera, entregando una evangelización inculturada, asumiendo lo propio de la Iglesia local. Además, su preocupación y formación de las nodrizas, para amamantar a los lactantes huérfanos, significó un gran aporte en la Pastoral Social del siglo XIX y un aporte de la mujer a la Iglesia y la sociedad. Bondadosa, inteligente, visionaria, logró hacer crecer la Congregación desde un liderazgo sustentado en sus tres amores: Dios, la Iglesia y los pobres»[1].

1853-2018: Haciendo camino, mirando con amor y gratitud la historia; otro tiempo, nuevos desafíos, Providencia de Dios… ¡Muchas gracias te doy!

 

[1] Aliaga Fernando, Entrevista para Centro de Espiritualidad, 2014

Loreto Fernández M.