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Las Hermanas de la Providencia luchan contra el tifus.

En la primavera de 1847, miles de irlandeses e irlandesas llegaron a Montreal huyendo del hambre que azotaba su pais natal. Muchos de ellos habían contraido el tifus durante el viaje. Con el fin de evitar la propagación del virus, los imigrantes fueron recluidos en covertizos conocidos como «fever sheds».  Mons. Ignace Bourget, obispo de Montreal, recurrió entonces a las Hermanas de la Providencia para pedirles que socorrieran a aquellos desdichados.

En esa época, sólo 52 hermanas formaban la congregación. Ninguna de las hermanas a quienes se les encomendó dicha tarea estaba preparada para enfrentar los horrores en aquellos sheds: muertos y vivos compartían el mismo lecho, y cada rincón estaba infestado de toda clase de  parásitos, sobre todo de piojos. Pero lo más triste de todo eran los centenares de niños y niñas que de pronto se habían quedado huérfanos.

Durante el verano de 1847, Madre Emilia Gamelin, superiora general, alquiló una casa en la calle de Sainte-Catherine para usarla como sede del hospicio de huérfanos, que fue bautizada con el nombre de Saint-Jérôme-Émilien. El año siguiente, el hospicio cambió de domicilio y se traladó a un edificio más grande, alquilado a las Hermanas del Buen Pastor.  Este sanatorio temporal acogió a un total de 650 niños y niñas irlandeses, de entre cero y  diceisite años, varios de los cuales encontraron  un nuevo hogar entre algunas familias quebequenses.

En enero de 1852, el Hospicio St-Jérôme-Émilien se convirtió en un hospital y fue rebautizado Saint-Patrice (el nombre francés de San Patricio, santo patrono del pueblo irlandés). Allí se recibían a los enfermos del barrio, la mayoría de ellos irlandeses.  Como casi todo el resto de las demás construcciones en los barrios Faubourgs St-Jacques y St-Laurent, el edifició quedó destrtuido luego del gran incendio ocurrido el 8 de julio de 1852.

En el momento más crítico de la epidemia de tifus, 32 Hermanas de la Providencia se enfermeron.  El 19 de julio de 1847, Mons. Bourget hizo la siguiente promesa a la Virgen María, en nombre de todas las hermanas: « En nombre nuestro y de quienes vendrán después de nosotras, hacemos la promesa de encender siete cirios cada viernes del año, delante de esta Santa Imagen que nos recuerda vuestros sufrimientos. Estos siete cirios servirán como símbolo de las siete virtudes principales que debemos practicar en vuestro honor: la sencillez, la humilidad, la obediencia, la confianza en la Divina Providencia, la abnegación, la generosidad y la caridad, todas ellas virtudes en las que seguimos vuestro gran ejemplo » (Tomado de: Texte du vœu, Délibérations du conseil et Admission des sujets, vol. 1). Nuestra Madre Celestial escuchó la plegaria, ya que todas las hermanas, excepto tres de ellas, recobraron la salud.  Un hecho interesante a notar: Las miembros de nuestra comunidad siguen honrando esta promesa hasta el día de hoy.

Marie-Claude Béland

Archivista