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Primera Toma de hábito (25 de marzo de 1843)

«Nada resulta más beneficioso para una familia religiosa que revivir frecuentemente el recuerdo de sus orígenes».[1]

Qué mejor manera de empezar este texto que con esta cita para destacar el 180.º aniversario de la fundación de la Congregación de las Hermanas de la Providencia.

Con todo, esta gran historia comenzó en 1827, dieciséis años antes de la fundación de la Congregación, cuando una mujer única, a ejemplo de Nuestra Señora de los Siete Dolores, abrazó su pena para transformarla en amor hacia el prójimo. Esta mujer es conocida familiarmente como EMILIA.

Conocemos su historia, conocemos su obra y cuál será su legado. Aunque ella misma escribió muy poco a lo largo de su vida, otros lo hicieron por ella para darnos a conocer su labor y su corazón.

Para la mayoría, Emilia Gamelin no es sino el nombre de una plaza pública en la ciudad de Montreal, frecuentada por un gran número de personas sin hogar, además de un sitio de encuentro para distintas manifestaciones populares. De hecho, este punto axial es el lugar preciso donde la Congregación echó raíces hace 180 años. El sitio fue un refugio en su sentido más literal: sirvió como tabla de salvación para miles de marginados en un momento en que la asistencia social gubernamental apenas existía.

En el momento de la fundación del Asilo de la Providencia, la primera Casa Madre, las obras realizadas eran: «[…] dar techo, comida y vestido a las ancianas enfermas, las huérfanas y demás personas del asilo; visitar a los pobres y a los enfermos en sus casas; cuidar a los enfermos; visitar a los prisioneros y consolar a quienes sufren y, por último, practicar toda clase de obras de caridad. Nuestros ministerios y nuestras obras no se circunscriben exclusivamente a la ciudad, sino que deberán extenderse al campo, cuando nuestros superiores así lo juzguen conveniente».[2]

Las palabras de Emilia no fueron muchas, pero sus obras hablan por sí mismas. Bajo el techo de sus diferentes refugios, trabajó sin descanso para proteger a todos los necesitados. Con los brazos abiertos, distribuyó comida y ropa. Con el corazón abierto, ofreció sus oraciones y su empatía.

Emilia actuó más de lo que escribió, y su obra estuvo a la altura de su imagen: alcanzó un tamaño inconmensurable. Se convirtió entonces en una mujer indispensable para la diócesis de Montreal: «[… Los establecimientos de caridad existentes…] no responden aún a todas las necesidades, ni a todos los tipos de desventuras que sufren ciertos infortunados.  Es por eso que, especialmente hoy, pensamos en fundar entre vosotras y a través de vosotras, un lugar estable y piadoso que sea un refugio seguro para todas aquellas personas afligidas por enfermedades o sufrimientos, por la pobreza o la ignorancia, y quienes esperan que la religión las alivie y reconforte […]».[3]

Para garantizar la supervivencia de esta nueva corporación dirigida por Emilia, el obispo de Montreal, monseñor Ignace Bourget, quiso resguardarla bajo el cobijo de un instituto religioso. Varias circunstancias se conjuntaron para permitir la creación de las Hermanas de la Providencia, principalmente la negativa de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl de Francia a establecerse en Montreal.

Este nuevo tipo de vida religiosa apostólica, donde el trabajo directo con las personas primaba sobre la vida de clausura, atrajo a mujeres que, como Emilia, querían dedicar su vida a ayudar al prójimo de una manera práctica.

Durante la construcción del Asilo de la Providencia, Emilia abrió las puertas de su Casa Amarilla para la formación religiosa de las primeras candidatas –y al mismo tiempo la suya propia «bajo su manto de dama».[4] En medio de este ambiente piadoso fue que consagró su vida por completo a los más necesitados. Incluso antes de ingresar a la vida religiosa, el 2 de febrero de 1842, Emilia afirmó: «[…] hago votos […] para vivir el resto de mis días en perfecta continencia […], ser fiel a este compromiso toda mi vida […], y también hago votos para ser la sierva de los pobres hasta donde mis fuerzas me lo permitan […]».[5]

Aunque su pluma no fue prolífica, su corazón compasivo, abrumado por la miseria del mundo, resultó siempre elocuente en cada uno de sus gestos. Con gran acogida, en su propia casa, vio a las siete postulantes —el mismo número de los dolores de nuestra Madre Celestial— prepararse con miras a la toma del hábito, tanto en lo espiritual (mediante una novena y un retiro) como en lo material (mediante la confección de su atuendo).

Délibérations du conseil général et admission des sujets 1840-1858, feuillet 2, 25 mars 1843.

El 25 de marzo 1843 fue un día de fiesta en la Casa Amarilla. Bajo la mirada conmovida de Emilia, monseñor Bourget entregó el sagrado hábito religioso a las jóvenes Agathe Sené (hermana Zotique), Émilie Caron (hermana Caron), Madeleine Durand (hermana Vincent), Justine Michon (hermana María de los Siete Dolores), Marguerite Thibodeau (hermana de la Inmaculada Concepción), Victoire Larocque (hermana Larocque) y Delphine Payement, lo que marcó el inicio oficial de la Comunidad de las Hermanas de la Providencia.

Hace 180 años, monseñor Bourget expresó su sentir frente a las primeras novicias, de la siguiente manera: «Como el arcángel anunció a María el misterio de la Encarnación, así también yo os anuncio en nombre de la Iglesia que ustedes están encargadas del cuidado de los pobres y de ser para ellos verdaderas madres. Y como el arcángel invitó a María a no temer, yo os digo también: “No teman pequeño rebaño;  tendrán cruces, deben esperarlas pero la gracia de Dios no les faltará”. Como ustedes todavía no tienen Maestra, yo las pongo al cuidado de la Santísima Virgen. Ella tendrá a bien, lo espero, servirles ella misma de Maestra. En sus penas, en sus amarguras, inquietudes, vayan a esa buena Madre; no temo dejarlas solas con esta augusta Maestra». [6]

Años más tarde, el prelado habría de revelar su preocupación a la superiora general, madre Caron, ante un hecho sin precedentes como éste, la fundación de una congregación de religiosas en Montreal.  «¿Qué será de estas buenas muchachas que se entregan a mí con tanta confianza?  […] Helas aquí para siempre, perdidas y marchitas a los ojos de este mundo, si no llegasen a coronar con éxito sus buenas intenciones […] La ceremonia de entrega del primer hábito se realizó, pues, en medio de una angustia indecible en torno a vosotras […] El deseo más ferviente que puede albergar mi corazón es que nunca olvidéis vuestros orígenes».[7]

Sin embargo, cuando en julio de 1843, las siete se convirtieron en seis, tras la partida de Delphine Payement, apenas mediaba un último paso para que la dama Emilia se convirtiera en hermana Gamelin.  Un paso gigante. No se trataba sólo de cambiar su vida secular por la vida consagrada; Emilia debía además renunciar a su independencia, a cambio de la obediencia. Y aunque su camino habría de estar sembrado de tropiezos, jamás puso en duda el llamado del Señor.  Monseñor Bourget dirá sobre este asunto: «[…] la gracia triunfó sobre la naturaleza en esta gran batalla que ha sido larga y terrible».[8]

Antes de que Emilia cambiase el sombrero por la cofia, el prelado le había encomendado una misión de suma importancia: ir a los Estados Unidos y traer las Reglas de San Vicente de Paúl. Menos de un mes más tarde, la fe en la Virgen de los Dolores se vio renovada, pues seis volvieron a ser siete y la vida de Emilia dio el giro que tanto anhelaba desde tiempo atrás.  Aunque habría de iniciar el noviciado como la postulante número catorce, el 8 de octubre de 1843, Emilia fue la primera del grupo en pronunciar los cuatro votos, [9] el 29 de marzo de 1844. Al día siguiente, luego de someterlo a votación, hermana Gamelin fue nombrada como primera superiora general de la recién formada congregación.

Emilia, hermana Gamelin, Madre Gamelin, beata Emilia Tavernier Gamelin.  Aunque muy pocos escritos suyos nos sobrevivan, fueron sus gestos caritativos los que consolidaron su legado. Sus labores en pro de los más necesitados de la sociedad fueron el punto de partida de esta primera toma de hábito, el 25 de marzo de 1843.

Photo prise par Marie-Claude Béland, archiviste, 2012

«La obra que iba a impulsar el nacimiento de nuestro instituto transitó por un lento y gradual proceso de gestación antes de florecer libremente a plena luz del día, y de esparcir su benigna influencia por todas partes[…]»[10].

Demos gracias a Madre Emilia y a las primeras postulantes, quienes han inspirado, durante estos 180 años de historia, a más de seis mil doscientas Hermanas de la Providencia a consagrarse a Dios.

Por Marie-Claude Béland,

archivista, Archivos Providencia, Administración General.

 

[1] Tomado de: Biographies de la Mère Gamelin et de ses six compagnes fondatrices de l’Institut des Filles de la Charité Servantes des Pauvres dites Sœurs de la Providence de Montréal, Providence Maison Mère, Montreal, 1918, p. 11.

[2]Cfr. Positio Aemiliae Tavernier, viduae Gamelin, Roma, 1989, p. 135.

[3] Tomado de: Mandement d’Institution des Dames de la Providence pour l’Asile des femmes âgées et infirmes, Montreal, 6 de noviembre, 1841.

[4] Positio, op. cit., p. 136.

[5] Idem, p. 125.

[6] Tomado de: Notes historiques Sœurs de la Providence 1799-1893, Providence Maison Mère, Montreal, 1922, p. 30-31.

[7] Carta de de Mon. Ignace Bourget a Mère Émilie Caron, 2 de abril, 1856. Archives Providence Montreal.

[8] Cfr. Positio, op. cit., p. 132.

[9] De 1844 a 1868, las hermanas pronunciaban cuatro votos: pobreza, castidad, obediencia y servicio a los pobres. El cuarto fue eliminado por decisión del Vaticano el 10 de agosto de 1868, cuando se establecieron los tres votos para todas las comunidades religiosas. Ibid, p. 153, nota 80.

[10] Cfr. Biographies […], op. cit., p. 12.