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Mi experiencia de los tiempos de pandemia

Por primera vez en mi vida, soy verdaderamente consciente de la interdependencia. Una simple negligencia de mi parte puede implicar que me contagie con el COVID-19, o que se lo transmita a alguien que me rodea si soy asintomática.

Con estos tiempos que nos toca vivir, ya no tarareo de la misma forma este estribillo de nuestra herencia popular quebequense que dice «El remo es el que nos lleva, el que nos lleva.», sino que ahora lo hago así: «la COVID es la que nos lleva, la que nos lleva…».

Sí, de hecho, me siento controlada por ella. Dejé Haití el 19 de marzo para realizar actividades comunitarias en Montreal y hacerme un control médico, y no pude regresar a mi país de misión, ya que las fronteras se cerraron y se prohibió transporte aéreo internacional debido a la pandemia del coronavirus. Esta situación lleva ya dos meses y todavía no tengo idea de cuándo podré regresar. Es realmente la COVID-19 la que nos lleva.

Además, tras un primer caso de COVID-19 en la Residencia de Salaberry, donde vivo actualmente, se empezaron a aplicar medidas más estrictas de desinfección, lavado frecuente de manos y distanciamiento social. He tenido que acostumbrarme a nuevas formas de vida que no eran fáciles de aceptar al principio. Después de unos días, se produjo un brote en la casa: cinco casos más, y unos días más tarde, otras seis personas se vieron afectadas. Todas las hermanas de la casa fueron examinadas y todas, sin importar si el resultado era positivo o negativo, fuimos estrictamente confinadas en nuestras habitaciones.

Por primera vez en mi vida, soy verdaderamente consciente de la interdependencia. Una simple negligencia de mi parte puede implicar que me contagie con el COVID-19, o que se lo transmita a alguien que me rodea si soy asintomática. He aprendido con una lucidez asombrosa, incluso aterradora, que soy responsable no solo de mí misma, sino de la persona que está a mi lado. Su vida puede depender de mí…

Estuve confinada durante catorce días, a pesar de no tener el coronavirus, y al final de este período otras pruebas revelaron cuatro casos nuevos en la casa. Para protegernos tuvimos que emprender un nuevo confinamiento de otros catorce días. ¡Qué desilusión!

¿Cómo poder vivir todo este tiempo sin caer en el aburrimiento, la angustia, la tristeza, el desánimo? Primero, aprovecho todo el tiempo que quiero para orar, reflexionar y leer. También he aprovechado esta oportunidad para alargar mis noches y descansar más. Lo necesitaba. Me gusta llamar a las hermanas por teléfono para saber de ellas, y disfruto manteniendo los lazos, incluso si no nos vemos todos los días.

Paso mucho tiempo trabajando desde mi casa. La tecnología me mantiene conectada con mi misión en Haití. Gracias a Zoom, Skype o WhatsApp, he participado en las reuniones del Comité de Implementación o del Comité de Gestión de la Escuela Émilie-Gamelin, donde trabajo en Haití. Además, a menudo me comunico con mis hermanas en la comunidad local de Torbeck para intercambios sororales, reuniones comunitarias o acompañamiento de las hermanas de votos temporales. El trabajo del equipo de formación ocupa mucho tiempo con llamadas telefónicas, redacción de documentos o reuniones virtuales. En resumen, a menudo tengo días ocupados. Antes de la pandemia, no era «tecno», pero por fuerza llego a serlo. «No hay mal que por bien no venga», dice el adagio.

En este tiempo de confinamiento que comenzó el 3 de mayo, doy gracias a Dios por poder vivirlo de esta manera. En muchos países pobres donde la COVID-19 está comenzando a causar estragos, la escasez de agua hace imposible el lavado frecuente de las manos, el hacinamiento y las viviendas estrechas impiden el confinamiento, e incluso la distanciación social; la pobreza con frecuencia priva a las personas del acceso a Internet y al teléfono, lo que permitiría otros tipos de comunicación muy necesarios durante estos tiempos difíciles.

Después de diecinueve días de confinamiento, qué alegría sentí el 22 de mayo pues pude hacer mi primera salida al exterior para dejarme acariciar por los cálidos rayos del sol y admirar los majestuosos árboles en su esplendor primaveral en Montreal. Me quedé embelesada, como si acabara de salir de una celda oscura.

Este período de aislamiento me ha acercado más a mi experiencia de vida y me ha sensibilizado a las delicias de Dios en mi vida. Incluso si es el COVID-19 que parece llevarnos, la Providencia vigila el barco y podemos permanecer a salvo en él.

Ghislaine Landry, sp.