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Ser enfermera y Hermana de la Providencia en el mundo de hoy: cuidar y acompañar

1.Hasta donde puedo recordar, siempre quise viajar por el mundo para cuidar a los heridos, los pobres y la gente necesitada. Conforme fui creciendo, sentí que ese deseo se hacía en mí cada más fuerte. Después de un tiempo de reflexión, opté por la enfermería porque quería estar junto al lecho de las personas enfermas, a sus pies; quería estar allí para ayudarlas. Algo que puede hacer falta en nuestra profesión es escuchar. Es cierto que a veces la sobrecarga de trabajo, o el hecho de no sentirnos del todo bien, afecta nuestra disposición para escuchar. Cuando comencé como enfermera hice el voto al Señor de que mi trabajo iba a ser mi oración, que iba a reconocer a Dios y a Jesús en cada persona que debía cuidar. Ser enfermera es un privilegio: estoy al servicio de la gente, al lado de la cama de Cristo enfermo. Mi profesión me da la oportunidad de vivir la caridad diariamente, en el sentido de poder sanar las heridas de Cristo nuestro Señor. En esto consiste mi espiritualidad, mi manera de ser enfermera en un mundo enfermo.

  1. Como Hermana de la Providencia, vivo doblemente la gracia de mi llamado. Puedo disfrutar del don total de mí misma, tal y como lo hizo Nuestra Señora de los Dolores. Cada enfermo es una persona que sufre, un mendigo. A veces, no son medicamentos lo que buscan estas personas, sino un oído atento, alguien que, sin juzgarlas, les demuestre comprensión y las anime a continuar. Pero nuestro Carisma es compasión, caridad en acción. Me cuento entre las personas privilegiadas que tienen la suerte de convivir con personas enfermas físicamente, y que al mismo tiempo tienen profundamente herida el alma, que requieren que se les cuide pero también que se les acompañe. Todos estos gestos los tuvo Madre Gamelin con sus ancianas. Para mí, la gracia de ser hermana de la Providencia y enfermera adquiere pleno significado en la actualidad, porque cada una de las personas que sufre es un Cristo enfermo que debo cuidar, acompañar, comprender y guiar. Poder acompañarlas y presenciar su curación es una gracia increíble. No hay mejor lugar para una Hermana de la Providencia que estar allí donde puede escuchar a quien está en necesidad. Establecer un vínculo de confianza con la otra persona para que se sienta bienvenida y no tenga miedo de expresarse detenidamente puede favorecer la curación interna y externa. Todos estos son pequeños milagros de la profesión que reconocemos en un contexto de fe.
  2. He acompañado a todo tipo de personas: mujeres que quieren tener un hijo, parejas rotas, jóvenes en busca de identidad, personas mayores, personas transgénero. Entendí que las personas tienen una enorme necesidad de ser amadas. No siempre he podido satisfacer todas sus necesidades, pero, en la mayoría de los casos, he estado en el lugar correcto en el momento correcto. La frase que más escucho en mi carrera como enfermera es «La Providencia te envió», y eso me confirma que estoy exactamente donde tengo que estar. También he acompañado a personas moribundas, una experiencia muy dura pero enriquecedora en cuanto al significado de la vida y la muerte. Puedo dar testimonio de lo extraordinario que resulta para muchas personas a punto de morir experimentar una apertura hacia ella y recibirla como si se tratara de una transición. Ser enfermera es ser una sierva, y una Hermana de la Providencia es una sierva. ¿Acaso no dijo nuestro Señor: «No he venido para ser servido, sino para servir»? En eso consiste la elección de las Hermanas de la Providencia de ponerse al servicio de las personas más necesitadas, y en Haití hay muchas. Lo más difícil es no poder hacer gran cosa aunque se tenga la voluntad. La falta de recursos dificulta tanto la vida, que a veces me pregunto si estoy cumpliendo la misión a la que fui llamada: servir a las personas pobres.
  3. Hoy más que nunca, la gente en Haití nos necesita a nosotras, Hermanas de la Providencia, porque la vida es cada vez más difícil, y solo quienes poseen ciertos recursos económicos pueden permitirse el lujo de la educación o de ir a un hospital. Mi sueño es poder trabajar algún día en un hospital propiedad de las Hermanas de la Providencia en Haití, para poder satisfacer la necesidad de cuidar a las personas plenamente y también de acompañarlas.

Hermana Juedie Elismat, sp